Isolino y yo, junto con mis nuevos compañeros el duende Piñero, el pirata solitario (que resultó ser un hombre bueno), Daniel y Estelina fuimos a buscar el mapa del tesoro tan pronto como llegamos a Argentina. Decidimos repartir el tesoro: un cofre con monedas de oro para el pirata, Daniel y Estelina que se quedaron en Argentina y fundaron una escuela de piratas juntos; y un estuche con lapicericos de colores mágicos, que se quedó Piñero a cambio de convertirme otra vez en una persona, pues aún era un sapo, ¿os acordáis? Al acabar el reparto nos despedimos y Piñero me recordó lo que había pedido: recuperar a todos mis amigos.
- ¡Claro que te ayudaré, Lola, Lolita, Lola! – dijo el duende Piñero, esbozando una sonrisa.
Me puse muy contenta al saber que iba a tener ayuda del duende, pero, tras mi primer estado de alegría me comencé a preocupar, porque no conseguía recordar a la gran cantidad de amigos que me había encontrado por el camino. ¿Cómo podría recordarlos a todos? Porque si no me acordaba de alguno a lo mejor se me enfadaba o, de repente, yo los recordaba tarde y me ponía triste.
Entonces se me ocurrió una idea: podía mirar en mi cuaderno de bitácora, pues allí lo he ido apuntando todo desde el primer día de mis fantásticas vacaciones junto a Isolino. Estuve más de dos horas leyendo mis historias y, como soy muy organizada, fui anotando en una hoja todos los amigos que he ido haciendo en este viaje. A continuación va mi lista:
· Lopito
· Mica
· Amelia, mi maestra
· Pancho, mi perro
· Rudolf
· Manuelita, la peluquera de Gominola
· Jackson, mi vecino
· Topoloco
· Sarantontón
· Cenizo, el gato
· Piraña Migraña
· Paulibiri
· Ratoncito Pérez
· Duende Piñero.
- ¡Cuántos amigos has hecho en estas vacaciones!- me dijo sorprendido el Duende Piñero.- Va a ser algo difícil recuperarlos a todos. Pero… con tanta aventura, ¿no te has olivdado de algo?
- No sé – le respondí extrañada- Puede que… ¡Hummm! No sé, no sé… ¡Ah! Creo que hoy es el aniversario de mis padres.
- No, piensa un poco más. ¡Vamos! ¡Piensa, piensa!- Piñero estaba muy nervioso porque no conseguía recordar lo que me decía.
Comencé a pensar en el día del mes que era hoy y… ¡Pum! Me llevé una sorpresa: faltaba un día para mi cumpleaños.
- ¡Ya está! ¡Lo sé, lo sé! Mi cumpleaños es mañana. Tienes que encontrar a todos mis amigos para celebrar una gran fiesta en Gominola, así la tarta me saldrá riquísima. ¿Podrás llevarnos a todos allí?
- Con tantas ganas que tienes de ver a tus amigos es posible que pueda traerlos a todos.
Piñero sacó un abanico como por arte de magia y me hizo escribir la lista de mis amigos con una pluma de pavo real y tinta hecha con tomate y miel. Entonces, agitó el abanico dos veces y fueron apareciendo todos mis amigos uno a uno, tal cual los había escrito. ¡Qué contenta estaba de encontrarlos a todos de nuevo!
Volvió a sacudir el abanico y, de repente, nos encontramos en Gominola, para preparar una gran fiesta. Todos se pusieron de acuerdo para hacerme la mejor tarta del mundo, prepararme la mejor música y la mejor comida. Además los veía hablar mucho durante la mañana siguiente a escondidas. Seguro que estaban hablando de mi regalo. Me obligaron a pasear por Gominola con Isolino para no fastidiarme la sorpresa.
Llegó la fiesta. No me lo había pasado mejor en toda mi vida. Todo estaba muy rico, la música era perfecta…. Ya era la hora de abrir los regalos.
Isolino se acercó a mí con un paquete muy grande empapelado con miles de colores. Abrí la caja y dentro de ella, debajo de muchas chuches, encontré un estuche con veinte lapicericos de colores. Me explicaron que eran lapicericos mágicos y muy mágicos y que podían escribir historias alucinantes que podrían cumplirse, pero sólo se podían utilizar para hacer cosas buenas.
Nos acercamos todos a la tarta y me dispuse a soplar pensando en mi deseo. ¿Queréis saber cuál era mi deseo? Pues, como los deseos no se pueden contar porque si no no se cumplen, no os lo voy a decir. Pero os puedo dar una pista si pincháis aquí
Terminada la fiesta, todos mis amigos debían volver a cada una de sus casas, pero estaban muy lejos, así que el duende Piñero agitó mi cuaderno de bitácora y, uno por uno, fueron entrando en la página en la que estaban escritos sus nombres. Ésa era la puerta para volver a su casa.
Escribí en mi cuaderno de bitácora, con uno de mis lapicericos mágicos, que quería volver a la escuela de verano con uno de mis lapicericos mágicos. Isolino y yo nos despedimos de Piñero, no sin antes darle las gracias, y…
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